miércoles, 10 de marzo de 2010

Slow Family



Existe el riesgo de etiquetar en demasía como Slow actitudes y conductas que no dejan de ser un reflejo natural de hacer las cosas. Por eso, cuando el día a día refrenda lo que ciertos textos recogen como doctrinas o mandamientos a acatar, supone la confirmación de que estamos retomando el control de nuestro tiempo, de nuestra propia existencia. Cuando a la vida llegan los niños, de manera directa como hijos, o de forma más indirecta como sobrinos y otros parentescos o a través de amistades, el tiempo y las rutinas adoptan una nueva forma que lleva impregnado un aroma inconfundible que evoca al asombro cotidiano.

Este testimonio real es suficientemente revelador:
“Caminar por la calle y detenerse en los semáforos, recuperar ese tiempo de espera hasta que el disco cambia de color. Respetar los pasos de peatones, ceder el paso, andar por la derecha. Dar los buenos días atentamente a quien te cruzas en el camino. Guardar la fila para comprar el pan y atender las conversaciones, saludar, despedirse, respetar aquello de ‘dejen salir antes de entrar’. Paladear el paso del tiempo sentado en el parque junto a los columpios. Pararse ante el vuelo pasajero de los pájaros, mirar atentamente cómo caen las hojas de los árboles en otoño o cómo las hormigas laboriosas recolectan durante el estío.
La capacidad para relativizar el tiempo está en la mano de cualquier niño. Sólo tienes que ofrecerle la tuya para comprobarlo”.

Manifiesto Slow Family

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